Solemos contemplar la naturaleza como una sucesión caótica e
inexplicable de formas que se resisten a ser analizadas por el indecente
escrutinio de la ciencia. Sobre el año 1200 un matemático italiano, Leonardo de
Pisa, más conocido como Fibonacci, investigó el crecimiento de una población de
conejos en condiciones ideales, llegando a una sucesión de números conocida
como la serie de Fibonacci.
Esta sucesión, a pesar de haber simplificado mucho el
problema (cada pareja de conejos tiene sólo 2 hijos, son fértiles exactamente
al mes de nacer, ...) , daba de manera bastante aproximada el número de parejas
de conejos de cada generación y tenía la ventaja de que para saber el siguiente
número sólo había que sumar los dos anteriores.
0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, ...
Incluso, 700 años después, se comprobó que esta sucesión de
números era aplicable a la población de vacas. Quizá esto signifique que la naturaleza
no sea tan caótica después de todo, y puede que al observarla mejor se puedan
encontrar nuevos patrones de comportamiento. Sigamos con la serie de Fibonacci,
si trazamos un rectángulo en el que sus lados sean los primeros números de esta
serie (1x1) y alrededor un rectángulo cuyos lados sean los siguientes números
(1x2) y así sucesivamente,( 2x3, 3x5, 5x8,...) tenemos esta figura:
Si
trazamos una curva que una sus vértices tenemos esta espiral:
que en
principio puede no parecer muy sorprendente, pero si la comparamos con una
concha de caracol empieza a hacer que dudemos de lo caótico de la naturaleza.
Vayamos más allá, esta espiral aparece muchas más veces en
la naturaleza de lo que nos hemos dado cuenta hasta ahora.
Cojamos una piña, si vemos su parte de atrás podemos
observar que sus placas forman espirales hacia derecha e izquierda. Los menos
valientes deberían de dejar de leer ahora mismo, contemos las espirales hacia
ambos lados, sus resultados son sorprendentemente dos números de la serie de
Fibonacci.